Esta frase de Voltaire, me la hizo conocer, hace años, un alumno especial.
Especial por muchas razones:
Estaba yo acostumbrada a alumnos de mi edad o menores la mayoría.
Y con él, había algo más de cincuenta años de distancia temporal.
Él, jubilado todavía activo que seguía ayudando a su hija a llevar las riendas del bufete que había iniciado su propio abuelo creo.
Y yo, recién llegada aquí, jovencita, y profesora todavía inexperta.
Y para mí, era especial también por ser un gran admirador de
mi muy admirado Brassens.
Y ese alumno bastante díscolo que, si bien se doblegaba a ratos a los imperativos de la gramática francesa que tenía bastante oxidada, siempre que podía me llevaba por el camino brassensiano.
Y yo... tratándose de Brassens ¡me dejaba!
Las clases eran siempre en francés por supuesto, desde el mismo momento de entrar en ese despacho (olor a cuero y a los libros viejos que lo forraban por tres lados de suelo a techo) hasta la hora de salir a la calle y encontrarme, de repente cegada por el sol, como saliendo de otro mundo, para seguir mi recorrido de alumnos particulares.
Y eran siempre un gustazo de intercambio de conocimientos donde yo, por supuesto, me llevaba la mejor parte, vista la amplitud de su cultura.
Y un día me pidió, nada más empezar la clase, que intentáramos con un poema que Brassens tradujo en canción.
Canción que me confesó le encantaba por la musicalidad de las frases pero que no estaba seguro de comprender del todo.
Aparté los previstos y aburridos ejercicios de subjuntivo y entre los dos, nos salió esto que os traigo como mi homenaje anual a Brassens.
Y homenaje también a Hermenegildo, cuyo apellido he olvidado pero cuyo nombre siempre me viene a la memoria cuando escucho esta pequeña maravilla de poema de Antoine Pol.
Brassens lamentó no haber llegado a conocerlo en persona... como pasa con "Las transeúntes" del poema.
https://www.youtube.com/watch?v=wCqTuP1JdFo
Quiero dedicar este poema
a todas las mujeres que uno quiere
durante algunos instantes secretos.
A las que no conocemos apenas,
a las que un destino diferente se lleva
Y que no volvemos a encontrar jamás
A aquella que vemos aparecer
un segundo a su ventana
y que, rauda, se desvanece
pero cuya esbelta silueta
es tan linda y delgada
que permanecemos embelesados.
A la compañera de viaje
cuyos ojos, encantador paisaje,
hacen parecer corto el camino.
A la que, quizás,
somos el único en comprender
y que dejamos sin embargo bajar
sin haber rozado su mano.
A las que ya tienen dueño
y que, viviendo horas grises
cerca de un ser demasiado diferente,
nos han dejado, inútil locura,
ver la melancolía
de un porvenir desesperante
Queridas imágenes vislumbradas,
esperanzas de un día, frustradas,
estaréis en el olvido mañana:
A poco que la felicidad sobrevenga
es raro que uno se acuerde
de los tramos del camino
Pero si uno erró su vida,
con un poco de envidia, sueña
con todas estas felicidades intuidas,
con los besos que no se atrevió a tomar,
con los corazones que, quizá, le esperan,
con los ojos que jamás ha vuelto a ver.
Entonces, por las tardes de cansancio,
poblando la soledad
con los fantasmas del recuerdo,
lloramos los labios ausentes
de todas estas bellas transeúntes
a las que no supimos retener.
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