La casa era normal: ni grande, ni pequeña.
Y sus ventanas siete. Una al norte, pequeña y las más grandes al este, al sur y al oeste. Pocas cortinas para disfrutar del sol. Unas contraventanas que jamás se cerraban para disfrutar de la noche y su baile de estrellas.
Hasta que un día empezaron a licuarse unos o a cuartearse otros, a oscurecerse o a encogerse sin motivos. Incomprensibles cristales...
Con paciencia pegaron trocitos de papel multicolor por donde no penetrara el aire frío de las calles.
Con dedicación recogieron cristalitos de la playa para juntarlos en cada grieta.
Una a una pintaron cada ventana con plumas de arcoíris: enredaderas olorosas, jazmines y rosas, madreselvas.
La casa era normal: ni grande, ni pequeña...
"Para que una historia no acabe nunca, no tiene que empezar"
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