Llegó. En silencio. A pasitos insidiosos. Con su gorro de fieltro gris.
Tiñendo ramas, desdibujando a los pájaros, diluyendo el cielo.
Tejiendo grises rayos de sol apagado.
Infiltrándose, impregnando cada resquicio su aliento frío.
Llorando en fondo gris sus gotas diminutas y sin olor que apenas dejan huellas desmayadas de ceniza mojada en los dedos y las ventanas.
Las ventanas, efímeras pizarras de cristal gris donde niños encerrados soplan y dibujan siluetas troqueladas, animales inexistentes,
estrellas de fantasía.
Estrellas que se escurren en el cristal de las ventanas, que se esfuman, que se desvanecen como añorados recuerdos veraniegos.
Tiritando en lo alto del tejado. Destilando melancolía.
Llegó el duende gris de la niebla sin eco que todo lo borra,
lo calla, lo diluye...
Mélancolie
Tiñendo ramas, desdibujando a los pájaros, diluyendo el cielo.
Tejiendo grises rayos de sol apagado.
Infiltrándose, impregnando cada resquicio su aliento frío.
Llorando en fondo gris sus gotas diminutas y sin olor que apenas dejan huellas desmayadas de ceniza mojada en los dedos y las ventanas.
Las ventanas, efímeras pizarras de cristal gris donde niños encerrados soplan y dibujan siluetas troqueladas, animales inexistentes,
estrellas de fantasía.
Estrellas que se escurren en el cristal de las ventanas, que se esfuman, que se desvanecen como añorados recuerdos veraniegos.
Tiritando en lo alto del tejado. Destilando melancolía.
Llegó el duende gris de la niebla sin eco que todo lo borra,
lo calla, lo diluye...
Mélancolie