Al terminar su paseo en el fondo del pantano, las hadas Plic, aburridas de tanto lodo y con curiosidad por descubrir nuevos horizontes, se acercaron a la presa de rocas donde unas algas les habían contado que su viaje podía seguir.
Y al acercarse se encontraron llevadas por un remolino potente que las dirigió a través de diferentes túneles ruidosos en una carrera desenfrenada.
Después de resbalar y rebotar entre las rocas al bajar todas juntas, Ondina y sus hermanas siguieron un rato por el arroyo saltarín que pronto las llevó cerca de un pueblo tranquilo y alegre. Era tan agradable que se demoraron unos instantes bajo los puentes de piedra antigua orlada de musgo y trinos de pájaros desconocidos.
Algunas se quedaron ancladas en las orillas, atraídas por los juncos y su vida rumorosa de insectos, aves y anfibios y por los pequeños humanos juguetones cuyas risas estremecían la piel transparente de brillos azul verdoso que las revestía ahora.
Muchas siguieron en el centro del lecho, embriagadas por el juego de medir su fuerza con nadadores, barcas de recreo y barcos cada vez más grandes que navegaban de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad en un apacible viaje que según parecía no tendría nunca fin...
Inesperadamente, al cruzar aglomeraciones más grandes e inhóspitas, rodeadas de chimeneas malolientes y de ruidos agotadores, pronto se sintieron cansadas, sucias y desilusionadas, chocando inútilmente contra infranqueables muros de cemento, contra metálicos puentes hirientes y oxidados, y sobre todo, sorteando plásticos y más plásticos y restos de cloacas.
Algunas, engañadas por el canto de un monstruo fluvial susurrante, penetraron a su pesar en frías tuberías que las llevaron a sitios extraños de los cuales no consiguieron escapar... Allí, sin miramientos, las limpiaban a su gusto, quitándoles su sabor genuino para mezclarlas con substancias agresivas que les picaba los ojos e uniformaban sus trajes de escamas ya desprovistas de destellos de vida.
Pero, al final de una noche de luna creciente, unas hadas más privilegiadas se encontraron sin saber cómo, frescas, renovadas y descansando en una acequia donde, con los primeros rayos del sol, flotaron hacia cultivos y jardines que les recordaban el perfume del riachuelo de su infancia...
continuará...
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Pompita de agua limpia.
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