martes, 29 de septiembre de 2015

Invernadero viejo-nuevo


Me rondaba la idea desde hacía mucho tiempo.
El invernadero estaba en mal lugar, demasiado lejos de los bancales, demasiado a pleno sol en verano, demasiado desprotegido del viento del oeste que aquí sopla y bien y que más de una vez (y dos y tres y más: ya perdí la cuenta) le arrancó la techumbre endeble, volando sus placas de policarbonato a veces dentro de la parcela y otras veces a saber dónde. Y con el consiguiente cabreo y la obligada visita a la tienda de bricolaje para reponerlas. Un error de ubicación de principiante.

Así que había que mudar de sitio mi "segunda residencia" como lo llaman en casa (por el tiempo que en él paso y disfruto, con las manos en la tierra, incomunicada y absorta en lo mío.)
No fue cosa fácil el traslado.
Vale... No fue el traslado de los templos de Abu Simbel... pero casi.

Primero lo tuve que vaciar de esta montonada de cosas que guardo cual hormiguita "por si sirve" (que algunas veces sirve y otras no). Y como estuvo en desuso algún tiempo por varias circunstancias pues... menudo follón encontré ahí dentro. Y algunas sorpresas también.
Por ejemplo un pequeño avispero abandonado en un tiesto, un esbozo de nido de pájaro en otro y una despensa ratonil de bellotas amontonadas en un rincón. (Cosa sorprendente si se sabe que el invernadero es también uno de los lugares predilectos de siesta de Mun, mi gato cazador.)

Luego tuve que desmontarlo en parte, quitando las placas de los laterales.
Y lo más gordo... había que transportar el armazón metálico ¡sin desmontar! hasta su nueva ubicación. Sin desmontar porque demasiado nos acordamos del montaje inicial que fue una odisea descifrando un folleto de instrucciones que, como muchos, no estaba escrito precisamente para principiantes inexpertos.
Pero la cosa se consiguió entre tres mozos fuertotes y una servidora (no tan fuertota y que se limitó a dirigir el tráfico para sortear los obstáculos de árboles y arbustos. Ya sabeis: "Un poco más a la derecha, ahora a la izquierda. No ¡¡tu otra izquierdaaaa!!" Jeje.  E inmortalizar el momento estelar también.)


Luego, taladros en la base para volver a fijar cada cosa en su sitio y...


 ... luego volví a montar tabiques y tejado (intentando mejorar el invento). Y empecé a amueblar de nuevo colocando en las estanterías los cachivaches al uso.



Y acondicioné la novedad de un pequeño bancal interior para futuros cultivos delicados, esquejes y experimentos. (depues de los tomates, pepinos, berenjenas y demás cosas de verano al aire libre, pretendo comer también lechugas propias este invierno, con sabor auténtico y que, supongo, estarán a gusto en el invernadero nuevo.)


 Y ya. Ya lo tengo casi casi listo de nuevo. Y siguiendo con la dinámica de los "ya que...", también desplacé el bancal de las fresas y estoy haciendo nuevos esquejes de aromáticas y más cosas.
... Ahora sólo faltaría desplazar el compostero que ha quedado muy lejos del rincón huerto. Y ya tengo pensado su nuevo sitio y será más fácil.
Pero esperaré hasta la primavera (creo). Hay que saber dosificar los esfuerzos de las lumbares para luego poder disfrutar sin tener que dosificar pastillajos. ¿No os parece?

Ya os seguiré contando... cuando salga de mi nuevo invernadero.
(que por cierto es también un lugar ideal desde el cual cotillear pajaritos sin ser vista.)

Pompita de pre-estreno de invernadero nuevo-viejo y disfrutando con las manos en la tierra, en otoño también.
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martes, 15 de septiembre de 2015

Primer día de colegio

Lo mira dormir: es tan enternecedor con su cabellera rubia enmarañada como estopa, sus mofletes colorados como las grosellas, su narizota enorme tan parecida a una berenjena, igualita a la de sus abuelos y la hermosa verruga donde asoman ya tres pelitos a pesar de su corta edad...
Como cualquier madre, se recrea en su contemplación; y acariciando sus piececitos, piensa que pronto tendrá que curtir pieles de setas gigantes para hacerle sus primeros patucos: pronto cumplirá diez años y empezará a andar. Sonríe. Y dentro de otros diez años, empezará a hablar.
Y canturrea.

Va al fondo del refugio donde un estrecho túnel comunica con la madriguera del frailecillo familiar. Es su proveedor de pececillos y moluscos cuando en verano nadie puede salir a pescar a pleno sol.
Como le quedan pocos camarones congelados de la estación anterior, Mamá Troll elige del secadero un gran bacalao que echa también a la olla y añade una pizca de tomillo rastrero, unas semillas de angélica y una generosa cantidad de musgos y líquenes que los cuervos le han traído de las montañas esta misma mañana. Y con esto y un sorbete de arándanos y ruibarbo, ya tiene listo el desayuno del pequeñín.

Desde el rincón donde su caldero borbollonea al calor de la lava cercana, sigue vigilando a su retoño. Sabe que quizás tendrá que esperar mucho rato pues ése le ha salido dormilón (no como el mayor, que con un par de semanas de sueño tenía suficiente)
Entonces se entretiene trenzando fibras de juncia y crines de caballo para colgar el nuevo amuleto de luna llena de su bebé.
Pero pronto oye un eructo cavernoso, seguido del estruendo de un pedo prolongado cuyo olor a azufre llega hasta ella; y se acerca al nido de lana de oveja y telarañas donde está su niño: ya está despierto. Está despierto su mocosete, resoplando como una ballena resfriada. Y ladrando de placer cual foca juguetona, se rasca el barrigón peludo con las uñas:
tiene hambre.

Después del desayuno, toda la familia irá a la charca comunitaria de aguas calentitas: es un lugar de convivencia y los trolls son muy sociables y aseados. Se toman un baño con los vecinos por lo menos una vez cada siglo y charlando amigablemente en este sitio tan relajante, a veces se quedan somnolientes entre vapores olorosos.
Luego le colgará su amuleto protector al cuello y por primera vez lo llevará a la guardería donde, después de una siesta cortita y sin luna le enseñarán los colores del arcoiris pintado en las cortinas de la aurora celestial. Y hoy, como la oscuridad de la noche islandesa se presta a muchas actividades al aire libre, quizás toque excursión a los acantilados para aprender a gritar como los fulmares. Y a contar ovejitas, que es algo que les encanta a todos; aunque muchos pierden la cuenta y terminan bostezando.
Ein, tveir, Þrír, fjórir, fimm, sex, sjö.... zzzzzz...


Es que, sabes, los trolls no son tan distintos de los demás humanos.
Ni los niños, ni sus padres. Muy parecidos.
Salvo quizás por el tiempo que ellos dedican a su actividad favorita: dormir.
De hecho, un proverbio troll dice:
    "Vivir es una cosa que se hace sólo cuando no se puede dormir." *
(pero quizá sea una broma: los trolls son muy bromistas, ya se sabe.)

Esta afición al dormir tanto y en cualquier lugar, a veces les juega malas pasadas:
Imagínate que si durante la gran noche islandesa se quedan mirando el cielo contando estrellas y sesteando al aire libre, corren el riesgo de que al despuntar, el sol del interminable día veraniego los sorprenda durmiendo y los convierta en roca hasta la siguiente noche larga...
Eso si tienen suerte; porque algunos llevan siglos y siglos petrificados...

Como este pescador que esperando a que picaran los arenques, aprovechó para echar una cabezadita y allí se quedó.

 
O como ésos que volvían en su barca y siguen anclados
Reynisdrangar
 
O como esos otros que la naturaleza ha terminado por arropar no dejando más que la nariz fuera.
 

Menos mal que a menudo la vegetación los esconde a los ojos de los humanos pues estos, en general, ni comparten sus gustos ni los entienden e incluso los persiguen de mala manera. Una pena.
Algunos al contrario, se interesan por ellos y los respetan, llegando a desviar el trazado de las carreteras para no molestarles.
Y otros los buscan en cada roca cubierta de musgo para que les cuenten cosas de su país.

                                        (¿dónde están los trolls?...)

No olvidemos que ellos fueron los primeros habitantes de la isla, mucho antes de la llegada de Ingólfur a la "bahía humeante"

       Pero esto es otra Historia y te la contarán en los libros del cole...

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Aviso:
En los datos que aquí te desvelo sobre la vida íntima de los trolls, cualquier parecido con el muy documentado (¡hasta con mapa incluído!), divertido y profusamente ilustrado libro de
                                              Brian Pilkington
NO es fruto de la casualidad o de malas artes de plagio, sino de mi deseo de hacerme eco de sus palabras sobre los Trolls islandeses, esos seres tan desconocidos e injustamente temidos.


Un libro  para disfrutar y aprender... a cualquier edad.

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Pompita para que los niños no se asusten si la noche es muy negra y poblada de ruidos desconocidos.
Para que, desde su primer día de colegio, aprendan a querer a otros niños tan distintos de ellos como lo son los trolls.
Y para que en las playas de cualquier país del mundo no encuentren más que conchas de colores con las cuales proteger los hermosos castillos que construyen en las orillas del mar, desafiando las olas.

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Añado: Pompita especial dedicada a un niño especial :
Mateo, que en estos días, empieza su andadura por el cole nuevo.
Muac para él. ;)