martes, 25 de marzo de 2014

Un nuevo duende de primavera


- ¿Falta mucho? preguntaron, animados por los arrullos de las tórtolas.
- Ni idea. No recuerdo cómo fue en primaveras pasadas...
- Yo tampoco lo sé... Creo que era demasiado pequeño...
- Yo también era muy pequeñita...

Y siguieron, inusualmente tranquilos, sentados en la alfombra del césped, urdimbre de llantén bordada de miosotis.
Habían esparcido delante de ellos, gran multitud de cestitas de junco donde guardaban sus tesoros más preciados.
El duende del Diente de león unos juguetes para compartir con el viento, el hada de las Caléndulas sus semillas para los mimos, el hada de los Árboles Frutales otras flores y semillas vitales y prácticas; y así… todas.
En unas cajas de corteza de abedul, esperaban bulbos varios para perfumar el agua del río; en otras, las previsoras hadas del invierno habían alineado pequeños troncos huecos donde crecían verduras diminutas ya listas para su consumo. En otras, había plumón de pájaro cantor para los sueños y las cosquillas. Y en todas, susurros de viento y murmullos de agua para arrancar sonrisas y carcajadas envueltas con cintas multicolor.

Estaba toda la gente menuda de la recién llegada primavera esperando; y cada vez que una de sus hermanas mayores pasaba apresurada, los brazos cargados de tiernas hojas limpias, bolitas de musgo del bosque, flores de freesias y conchas de agua fresca de los manantiales secretos, repetían la misma pregunta:

- ¿Falta mucho?

En el mes llamado "enero" por los humanos, había nacido un nuevo duende e iba a ser nombrado 
              
      “Duende de honor de la nueva primavera”

Pero no vayáis a creer que esto ocurre cada año ni que la elección se hace a dedo. En absoluto: es necesario pasar una serie de pruebas y el resultado estaba a punto de hacerse público.
(No sé cuáles son los requisitos previos al nombramiento (las hadas son muy discretas) pero sí sé que después viene un rito curioso que me contó hace tiempo una corneja cenicienta venida de un país del este. 
Según ella, esta costumbre o prueba final consiste en dejar a un duende de dos meses en mitad de objetos y plantas y observar sus reacciones. 
Los duendes de cualquier estación son de naturaleza curiosa ya lo sabéis, y según lo que eligen, se les pone nombre y se les vaticina unas futuras tareas específicas acordes con sus gustos.)

- ¿Falta mucho? preguntaron ansiosas las hadas de la primavera cuando por séptima vez oyeron la voz del cuco.
- Ya está listo.

Era un duende francamente guapo el elegido por el concejo de las hadas.
Pequeñito, dedos de pianista, piel fina y pelo negro.
Olía a tomillo y a madreselva, a espuma de mar y savia de enebro.
Y sonriente, miraba a todos con tranquilidad.

Todos, en el mágico mundo de las hadas de primavera y los duendes que las acompañaban lo miraron, extasiados y deseosos de jugar con él.
- Lo llamaremos Jacinto, ya que huele tan bien…
- ¡No! Mejor... No-me-olvides... como tiene estos ojos tan azules…
- ¡No son azules sino verdes! y a mí, me gustaría más... Narciso...
- ¡Niños! No discutáis: ya sabéis que él mismo elegirá su nombre. Es lo habitual entre los duendes. Y ellos nunca se equivocan.

Lo depositaron sobre el césped y paseando su mirada limpia de semilla en semilla, de tiesto en tiesto, de caja en caja, el duendecillo señaló con el dedo entre los numerosos regalos que le habían traído.

Lo primero que eligió fue una raíz de hipérico.
Lo segundo, una rama de salvia.
Y lo tercero un cristal de luna llena, lágrima de felicidad, la mágica lupa de duendes y hadas, la única capaz de encender noches sagradas.

Y con esto quedó claro que este duendecillo tendría 
el poder de atraer dones sobre la primavera incipiente, 
la dulce tarea de ayudar en la elaboración de pócimas protectoras 
y luego, al terminar la estación, 
la gran responsabilidad de organizar la quema de las semillas defectuosas guardadas en las trescientas sesenta y cinco vainas pasadas.

Y todos gritaron entusiasmados:

               “¡Juan! ¡Se va a llamar Juan!”

Y así fue. 
Y empezó la Fiesta de la Primavera 
                donde no faltó ni un rayo de sol y esperanza.

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Pompita primaveral para ti, Juan, mi nuevo sobrino-nieto.:)

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martes, 18 de marzo de 2014

Retratar a un pájaro


Ya huele a primavera: ya me llaman los pájaros, las aves...
Me llaman, revolotean cerca, me provocan.
Y me dejo provocar, muy gustosamente.  
En realidad, me provocan en cualquier época del año.



Tengo que salir y escucharlos, seguirlos, admirarlos 
y, si se dejan, retratarlos. 

De frente...



O de perfil...

Solitarios...


O en compañía... 



Algunos pasan de mí, enseñándome siempre la espalda.


... O peor...


O peor aún...

La abubilla se burla de mí y al abejaruco no lo veo (ni de cerca ni de lejos) así que no hay fotos. Son mi espinita clavada... mis retos alados.

Pero otros se portan muy bien conmigo: entran en casa, se posan y posan en mi mano.



Otras veces, me pongo tan nerviosa que... ¿dónde estará el águila?...
Había un águila (o similar...) en este cielo tan azul, os lo aseguro...



En ocasiones, es tal mi deseo de retratar alguno
que los veo en todas partes.



Pero en cualquier caso, tengo que tener la cámara a punto, lo que no ocurre siempre; entonces, releo a Prévert y sus consejos.

Para hacer el retrato de un pájaro - 

Pintar primero una jaula
con la puerta abierta
Pintar después algo bonito
algo simple, algo bello,
algo útil para el pájaro.
Apoyar después la tela contra un árbol
en un jardín, en un soto
o en un bosque
Esconderse tras el árbol
sin decir nada, sin moverse
A veces el pájaro llega enseguida
Pero puede tardar años
antes de decidirse.
No hay que desanimarse
Hay que esperar
Esperar si es necesario durante años
La celeridad o la tardanza
en la llegada del pájaro
no tiene nada que ver
con la calidad del cuadro.
Cuando el pájaro llega, si llega,
observar el más profundo silencio
esperar que el pájaro entre en la jaula
y una vez que haya entrado
cerrar suavemente la puerta con el pincel.

Después borrar uno a uno todos los barrotes
cuidando de no tocar ninguna pluma del pájaro.

Hacer, acto seguido, el retrato del árbol,
escogiendo la rama más bella para el pájaro
Pintar también el verde follaje
Y la frescura del viento,
El polvillo del sol
y el ruido de los bichos de la hierba 
en el calor estival
Ydespués esperar
que el pájaro se decida a cantar.

Si el pájaro no canta, mala señal,
Señal de que el cuadro es malo,
Pero si canta es buena señal,
Señal de que podéis firmar.
Entonces arrancadle delicadamente
una pluma al pájaro 

y escribid vuestro nombre
en un ángulo del cuadro.
                                 Jacques PREVERT

Pompita pió pió 
   (aunque Jacques Prévert habría dicho "cui, cui, cui")

martes, 11 de marzo de 2014

Desde mi pequeño Serengueti

Me gusta leer, lo he dicho muchas veces pero el libro que más me gusta, por encima de todos, es siempre el mismo:
                               el Libro de la Naturaleza.
Y me siento afortunada.
¿Hay acaso algo mejor que tener la suerte de disfrutarla?

Y digo que tengo suerte porque, si bien se me resisten muchos pájaros (como la abubilla), otros animales se me acercan, aparentemente deseosos de ser observados y hasta retratados.
(Y no hablo sólo de las cabras.)

Hace años, visitas diarias de escolopendras, alacranes y culebras.
Cada día más escasos. Huyen del hombre, sabiamente.
Con frecuencia, ranas, lagartijas y sapos.
Una vez también, un tritón: menuda alegría.
Hace casi un año, posó para mí esta comadreja que algunos ya conocéis:


Y entró en casa también, un bebé alcaudón despistado que pude observar y retratar con tiempo antes de mostrarle la ventana de la libertad. (os lo enseñaré pronto).
Y las simpáticas salamanquesas que veranean cada año en el salón.
Visitas de murciélagos también (estos, no tan celebrados: reconozco que les tengo pavor.)
Hace bien poco vi la primera mariquita de la temporada y mariposas también.
Pero, hay más bichos por aquí...

La semana pasada, aprovechando una mañana soleada, salí a dar un paseo entre las rocas que me rodean y me llevé la máquina, por supuesto. Pensaba sacar fotos de brotes de árboles, pajaritos e incipientes flores silvestres. O reflejos de cielo en los remansos del riachuelo pletórico de agua ahora. Pero...

Muchas veces los he oído por la noche, cerca de casa; muchas veces los he olido pasando cerca de sus guaridas; muchas veces he seguido sus huellas en el barro a orillas del riachuelo o en la pradera hozada.
O los he visto, desde el coche, de noche, cuando vagan por las calles de la urbanización, colándose en los jardines en busca del alimento que el verano implacable les niega en el campo libre.

Pero nunca los había visto en su sitio y de día; y me topé con ellos,
de pura casualidad:


Dos jabatos entre zarzas.
Y estoy segura que había más pero no los vi: sólo mucho movimiento entre la maleza, a orillas del riachuelo.
Un par de fotos y... gruñidos.
Lógico: si hay jabatos... hay mamá jabalí cerca.

No me dio tiempo a sacar ni su mejor perfil ni el peor: salió de su refugio de zarzas, inquieta y gruñiendo como toda buena madre que sospecha peligro para su prole.
Y yo, tan sorprendida (todo esto que os cuento pasó en menos tiempo que lo que tardáis en leerme) y asustada también, me subí a una roca para ponerme a salvo (estoy algo loca pero no tanto: el tamaño de la mami y su genio me dieron alas para trepar.)
Pero... se me cayó la cámara al pie de la roca y en ese momento, me preocupó también que "mamá jabalí" se acercara más y la pisara.

Pero no... después de un rato de inmovilidad a un par de metros de mi roca, se fue. Arruando. Que es lo suyo por otra parte.
Como me quedé inmóvil yo también, no me vio. O pensaría que no era yo de temer y se metió otra vez en su camita de zarzas. Gruñiendo. Tranquilizando a sus rayones, me imagino.
O refunfuñando tal vez, disgustada por mi visita inesperada.
Y yo también refunfuñé (en voz baja), disgustada por no haber podido sacarle a ella ni una sola foto.
Ni buena, ni mala. Ninguna.

Me quedé un rato más, encaramada en mi roca por si acaso.
Ella tampoco se movió de su refugio. Prudente y mutuo silencio total.
Luego recuperé la cámara y volví a casa, tan feliz.
Saboreando el momento.

Creo que en unos días volveré allí... me tienta...
A ver si hay aún más suerte y os presento la familia al completo.
(espero no haberlos molestado hasta el punto de mudarse...)

Cada día me gusta más este libro de la Naturaleza.
En cada página una maravilla, una sorpresa. Grande o pequeña.

Momentos mágicos.

.


martes, 4 de marzo de 2014

Súplica

Hace poco nos dejó un hombre grande que revolucionó el mundo de la música con su guitarra y recordando a otro grande del mundo musical que revolucionó con sus letras, me vinó a la mente esta canción suya que quiero compartir con vosotros hoy.


La Parca, que nunca me ha perdonado
El haberle tocado las narices con mis flores,
me persigue con un celo imbécil.
Entonces, acorralado por los entierros
me pareció oportuno poner al día mi testamento,
regalarme un codicilo:

Moja en la tinta azul del Golfo del León,
moja, moja tu pluma, viejo notario mío,
y con tu más bella caligrafía,
apunta lo que tendría que pasar con mi cuerpo
cuando mi alma y él no estén ya de acuerdo
más que en un solo punto: la ruptura.

Cuando mi alma haya levantado su vuelo hacia el horizonte,
hacia la de Gavroche y de Mimi Pinson,
las de los golfillos y las modistillas,
que hacia el suelo natal mi cuerpo sea traído
en un coche-cama del "Paris-Mediterranée",
última parada en la estación de Sète.

Mi mausoleo familiar, ¡qué pena! no es muy nuevo;
vulgarmente hablando, está lleno como un huevo
y si espero que alguien salga
se puede hacer tarde y no puedo
decir a esta buena gente: "Apretaros un poco"
o dicho de otra forma: "¡Sitio para los jóvenes!"

Justo a orillas del mar, a dos pasos de las ondas azules,
escarbad, si es posible, un agujerito confortable,
una casita, pequeña y buena,
cerca de mis amigos de la infancia, los delfines,
a lo largo de esta ribera de arena tan fina:
en la playa de la Corniche.

Es una playa donde, incluso en sus momentos furiosos
Neptuno jamás se toma muy en serio,
donde, cuando naufraga un barco,
el capitán grita: "¡A bordo mando yo!
Sálvese quien pueda, el vino y el "pastis" primero,
cada uno con su damajuana y ¡valor!"

Y es allí donde, tiempo ha, cumplidos los quince años,
a la edad en la que jugar solo ya no basta,
conocí el primer amorío,
con una sirena, una mujer-pez,
recibí del amor la primera lección,
tragué la primera raspa.

Con todo respeto hacia Paul Valéry,
yo, humilde trovador, insisto;
Que el buen maestro me lo perdone,
y que por lo menos, si sus versos valen más que los míos,
mi cementerio sea más marino que el suyo,
y que lo entiendan los autóctonos.

Esta tumba, envuelta entre el mar y el cielo,
no dará una sombra triste al ambiente
sino un encanto difuso:
las bañadoras la usarán de biombo
para cambiarse, y los niños
dirán: "¡Guay! ¡un castillo de arena!"

Si no es mucho pedir: en mi pequeña parcela
plantad os lo ruego, una clase de pino,
preferentemente pino-parasol:
sabrá proteger contra la insolación
a los buenos amigos venidos hasta mi propiedad
para saludarme cariñosamente.

A ratos, venidos de España o a ratos de Italia,
repletos de perfumes, de músicas bonitas,
el mistral y la tramontana,
sobre mi último sueño verterán ecos
de villanella un día, un día de fandango,
de tarantela, de sardana.

Y cuando, usando mi colina a modo de almohada,
una ondina venga amablemente para dormitar
con casi nada de ropa,
de antemano le pido perdón a Jesús
si la sombra de mi cruz se tumba un poco sobre ella
para una pequeña felicidad póstuma.

Pobres reyes faraones, pobre Napoleón,
pobres grandes desaparecidos yaciendo en el "Pantheon",
pobres cenizas importantes,
os dará un poco de envidia el eterno veraneante,
que pedalea en la ola, soñando,
que pasa su muerte de vacaciones.


Os dará un poco de envidia el eterno veraneante,
que pedalea en la ola, soñando,
que pasa su muerte de vacaciones...


Pompita soplada hacia los dos,
                 Paco de Lucía y Georges Brassens,
                 dos maestros, cada uno a su manera,
                 grandes e inolvidables.
Los dos se fueron en su sesentena, demasiado pronto; pero, y como decía Brassens en otra de sus canciones, hablando de los amigos:

          "Su agujero en el agua, jamás se cerrará."