Evidentemente, existen los criterios de los bibliotecarios, entre otros:
- números de categoría de CDU ( clasificación decimal universal) utilizada en Europa.
- o LCC (biblioteca nacional del congreso de EEUU)
- o fichas catalográficas (autor/título/edición, ISBN etc…)
Y más cosas que escapan a las entendederas del lector de a pie como es mi caso.
Pero existen otros criterios: los nuestros, los personales, los viscerales, sin otra base de datos que ésta:
- por años de entrada en nuestra vida (en la parte más alta de las estanterías, los más antiguos, los de la infancia de la que no nos curamos nunca. En el centro, al alcance de los ojos, los más actuales. Abajo, los de hace pocos años)
- por “tuyos, míos, nuestros”
- por autores preferidos (al alcance de la mano y las gafas los que se leen, se releen y se consultan para una cita fiel.)
- por sentimientos (regalados por amigos o familiares, heredados de los que se nos fueron, adoptados abandonados por gente menos esclava que nosotros)
- por “pendientes de leer”… y devolver si son prestados.
- por “comprados para…” con su papel-regalo, y que esperan su momento, aburridos en un rincón de la estantería.
- por idiomas (2-1 gana España en mi casa)
Y más cosas…Todos criterios raros (personales) que dificultan la tarea de poner orden.
O bien, no tenemos más criterio que el orden de llegada y el espacio disponible…. Anarquía total que nos complica la vida y origina los “vaya, lo tengo repe… lo que faltaba”
¡Socorro! ¿Quién me echa una mano?
O ¿tendré que ponerme a estudiar una base de datos?
Pompita de jabón dedicada a mi bibliotecario preferido.