Nos asustamos mutuamente y desapareció en seguida. Para volver al cabo de un rato y desaparecer de nuevo...
Y no lo pude resistir. El pan no es el alimento predilecto de un gato ni mucho menos y si se echaba con tanta ilusión sobre ello es que estaba francamente desesperado... Le preparé un cuenco con lo que tenía a mano: un resto de puré de verduras con algo de carne que dejé a su alcance... y al alcance de mi vista.
Seguía igual de flaco, asustadizo y hambriento y en un abrir y cerrar de ojos, dejó el recipiente impoluto. Levantando la cabeza hacia la puerta ventana de la cocina, pidiendo más con el silencio triste de sus ojos azules. Le volví a dar algo, esta vez leche con pan. Y podía haberle dado sin parar: parecía que nunca se iba a saciar. Pozo sin fondo...
Y si bien, siempre que salíamos al jardín, desaparecía raudo entre el seto, una vez cerrada la puerta ventana volvía a acercarse y darse un atracón con lo que fuera, sin respirar. Con las orejas gachas, atento al mínimo ruido pero sin respirar.
Y así durante meses, reponiendo fuerzas poco a poco...
Nunca supimos de dónde venía ni a dónde iba. Pero nos acostumbramos mutuamente.
Yo, tanto me acostumbré, que le empecé a llamar el GatoBis, ya que el Gato a secas de esta casa es Munsi, mi negrillo.
Y tanto se acostumbró él, que terminó viniendo a diario, siempre a la misma hora, esperando en el felpudo, sabiendo que algo le esperaba. Y alguien.
Poco a poco recuperó fuerzas y aspecto, si bien seguía medio cojo, con una pata herida. Y asustadizo. Muy asustadizo y receloso... Ya sabiendo mucho a pesar de su juventud...pero tan hambriento... a saber qué penalidades pasaría antes de atreverse a acercarse...
Todos nos acostumbramos a su presencia, siempre respetando la distancia que él fijó como su distancia de seguridad.
Munsi también se acostumbró; intrigado él también, como nosotros. Y, a pesar de vigilar celosamente su coto de caza y echar sin miramientos a los intrusos habitualmente, le observaba sin un atisbo de mal comportamiento, sino con desconcierto mirándonos a nosotros como pidiendo una explicación y al siamesito hambriento con esta empatía de la que carecen muchos humanos con sus propios congéneres... sin duda oliendo, con esta sensibilidad especial que tienen los gatos, su desamparo de gatito joven, herido y perdido en el frío del inverno.
Con estos nombres de el Bis, el Siamesito hambriento o el Cojito perdido, él, que buscó refugio durante esos meses de invierno al abrigo del jardín trasero sin ruidos ni peligros, y a veces calentando con sol tibio su cuerpecito flaco pero ya algo más relajado entre los bancales en barbecho, se ha ido.
A saber dónde. Lleva un tiempo sin aparecer...
Supongo que habrá vuelto a encontrarse con su familia humana que, (supongo otra vez), vendrá a disfrutar de su casa serrana sólo cuando vuelve el buen tiempo y lo había perdido el verano pasado...
Ocurre a menudo... Los gatos de piso se emborrachan de libertad cuando llegan aquí y algunos dejan que sus amos vuelvan al redil de la ciudad sin ellos.
Y en otoño florecen los anuncios de "Gato perdido" acompañados de sus fotos. Ocurre a menudo... De otros vimos anuncios por esas fechas pero de él, no...
Pero prefiero no suponer que lo habían abandonado... aunque esto ocurre también...
Y prefiero quedarme con esta imagen de un El Bis ya mucho más lustroso y de mirada entre triste y pensativa, como buen siamés que es.
Si sigues libre, guapo El Bis, espero que hayas aprendido a cazar y que por esta razón ya no nos necesitas. Y si nos necesitas, aquí estamos.
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Pompita gatuna. (una más ;)
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