Vivía alejado de las sendas forestales
No era en absoluto un árbol de oficio.
Jamás había visto la sombra de un leñador
este gran roble de orgulloso tronco.
Habría conocido días de oro y seda
sin sus vecinos cercanos, de la peor ralea,
unos juncos malpensados, ni siquiera bambúes,
que se entretenían en sacarle de quicio.
Desde por la mañana hasta el anochecer, estos brotecitos
(justo cañas de pescar, apenas mirlitones)
giraban a su alrededor cantando enterita
la historia del roble y el junco.
Y a pesar de ser de madera (entre los robles es lo corriente)
la fábula no le dejaba indiferente.
Ocurrió que cansado de ser blanco de burlas,
se resignó al exilio.
Con esfuerzo, sacó sus grandes pies del alcorque
y se fue, sin darse la vuelta ni poco ni mucho.
Pero yo que le conocí, bien sé lo que sufrió
al dejar su ingrata tierra.
En la linde del bosque, el tenebroso roble
trabó relación con dos enamorados:
"Gran roble, déjanos en ti grabar nuestros nombres."
El gran roble no se negó.
Cuando agotaron su gran mochila de besos,
cuando de tanto besarse sus picos se desgastaron,
escucharon entonces, reteniendo lágrimas,
al roble contando sus cuitas.
"Gran roble, ven con nosotros, encontrarás la paz.
Nuestros juncos tienen educación y nada de insolencia.
Tendrás entre nosotros una agradable estancia
regado cuatro veces al día."
Dicho esto, los tres se ponen en camino
cada enamorado con una raíz en la mano.
¡Qué contento parecía! ¡Qué feliz parecía
el roble entre sus enamorados!
A la puerta de su choza lo hicieron plantar.
Fue entonces cuando empezó a diluirse la magia.
Pues a modo de riego, no tuvo más que la lluvia
de los perros levantando la pata.
Cogieron todas sus bellotas para alimentar a los cerdos,
con su bella corteza hicieron tapones,
con cada sentencia de muerte
a él, en herencia, le tocaba el ahorcado.
Después, esa mala gente, consumados vándalos,
lo cortaron en cuatro tablones y se hicieron una cama.
Y como la horrible harpía tenía un montón de amantes,
envejeció antes de tiempo.
Al final, en un triste día, esa pareja sin ley,
cogió el hacha y lo echó al fuego.
Como madera de caja, amargo destino,
pereció en la chimenea.
El cura de nuestro pueblo, apocado santito,
duda que su humo se eleve hasta Dios.
¿Qué sabrá él? ¡Menudo burro!
¿Y quién le ha dicho que no hay robles en el paraíso?
¿Que no hay robles en el paraíso?...
EL GRAN ROBLE...........Georges Brassens.
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Me reúno a menudo con Brassens. Y cada año por estas fechas, comparto una de esas citas con vosotros.
Este año me apetecía rendirle homenaje a través de un árbol ya que ellos aparecen en muchas de sus canciones y de muchas formas...
Espero que os haya gustado.
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Pompita para todos los enamorados de los árboles...
¡Ojo! Para los verdaderos, no como los de esta canción ;)
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